domingo, 26 de julio de 2015

Lo extraordinario en Xoxocotla






Los momentos que son extraordinarios, es decir, los que no son comunes. pasan a formar parte de la memoria que marca tu vida.

Alguna vez, me topé con un tigre, con un risueño. Me parecieron tán mágicos y tan grandes, que quise saltar como ellos. Imité sus pasos, recordaba la flauta y el tambor que acompañaban sus pasos y sus movimientos. Ví como los cerros ocultaban al tigre y como con gran habilidad escapaba de los cazadores y los perros. Quise ser grande como ellos, quise ser ellos.

Otra vez me encontré con una cuadrilla de Moros y Cristianos, o "Pilatos" como me dijeron que se llamaban, con un flautista que tocaba de lado de una manera ágil y quise poder tener una flauta como la de él. Quise ser quien llevaba el redoblante y hacer saltar mágicamente las baquetas sobre el cuero para marcar el ritmo y las secuencias. Quise tener un machete y sacar chispas mientras chocaban con las del contrincante y girar.

Alguna vez por la noche ví desde la barda de la casa de mis padres que colindaba con la iglesia, como la gente bailaba agitando unas ramas al son de la banda mientras caía una lluvia ligera. Ví las caras sonrientes y alteradas con tanta ilusión en los ojos, que quise tener una tambora o una tuba para acompañar a esa turba que bailaba en el atrio de la iglesia. Recordé la historia que alguna vez me contara mi madre sobre la fiesta de Ascensión, la cueva de Koatepec y quise ser un Xochitero, un temporalero y aspiraba a tener las manos ásperas, llenas de tierra y de esperanza.

Quise tener un caballo, unas carrilleras, ser un maestro rural, ser un estudiante, ser . . . . . . un ciruelo.

Todo eso me causaron esos momentos tan diferentes a todos los demás, que entendí que la Flor y el Canto están en todo momento y nos ayudan a construir una idea de lo que queremos en esta vida. 

Así sembramos la esperanza, la identidad, la convicción . . . . Así seguimos siendo lo que somos.

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